Oñipep
Tiene un mal día. Para su perdición, le han clavado un puñal en la “caja de recuerdos amargos”, su Caja de Pandora particular. Y lo que más le ha dolido ha sido el verdugo.
Oñipe no siempre ha sido así. Se diría que de pequeño era un niño olvidado de la mano de Dios. Ni él está seguro de que el mismo Dios supiese de su existencia, así lo ha pensado y así me la hecho saber.
Oñipe fue el pequeño de la familia durante poco tiempo, pero como si no lo fuese. El olvidado. Ya existía una niña y un niño, años después vendría otro varón para alegrar la vida. Por aquellos tiempos Oñipe se sentía solo e incomprendido, porque se ignoraba su existencia. Tampoco le preocupada (demasiado) era demasiado tímido como para poder relacionarse. Una existencia que en muchos, la mayoría, equivalía a una indiferencia casi absoluta. El distinto: por fuera y por dentro, el moreno, el rebelde. Sigue sin saber por qué le tocó a él el boleto.
Con el tiempo, los hay que lo reconocieron (algo) por la calle cuando, después de haber pasado tres años de su infancia fuera, descubrieron que el niño había crecido. Otros lo reconocieron (algo) cuando en el instituto oían a sus hijos hablar de sus capacidades para las matemáticas y la lógica. Algunos más cuando descubrieron que había acabado la carrera de cinco años en cuatro. A él poco le importaba, pero no tardó mucho en descubrir que no era a la única persona a quién no le importaba. Se sentó en la mesa, dijo: “he acabado”, se levantó, tomó una fruta y se fue a jugar al baloncesto un rato.
Después, los que se habían olvidado de él desde la infancia (habían pasado algunos años sin vivir de forma continuada en su pueblo) lo descubrieron (algo) disfrazado de traje y corbata en su segundo trabajo, reconocieron tras esa fachada a aquel niño. Más tarde alguno más lo reconoció cuando, con más de 20 años, tuvo una novia. Alguno más cuando años después se casó con ella.
Y pasó el tiempo, e hizo más cosas, y creo que las sigue haciendo, pero cuando hay gente que mira su cara y reconoce (algo) al niño, hay alguien que lo ignora. Como si un rencor, cuyo origen Oñipe desconoce, se hubiese apoderado de una persona querida. Pero Oñipe no es rencoso, no lo entiende y, por más que busca, tampoco ha descubierto el origen de ese rencor.
Descubrió ante sí como esa persona alardeaba de haberle pegado de pequeño, probablemente por una chiquillada con su hermano mayor (el hijo pródigo), y le dolió mucho, tanto que se tragó las lágrimas. Su sabor era salado y amargo, como la hiel. Hoy su plato estará vacío por que no tiene hambre, ese amargor le durará unos días…, de momento.
El monstruo de las galletas
Tiene gracia, nunca he visto a Triqui comer galletas. El muñeco se las llevaba a la boca, las destrozaba y desmenuzaba. De comerlas nada de nada. Como Epi y Blas, cuando comen me recuerdan a los bebés, sólo encías.
Mis galletas
En casa de mis padres no se comían demasiadas galletas. Las de desayuno y poco más: Tostada de Cüetara y, raras veces, Chiquilín. Ahora no tengo dudas, si compramos galletas son Artiach: Oreo, Digestive,… y la mayor parte de las veces para emplear como base para tartas. En Navidades, en casa de mis padres, no faltan las Artinata o unas de crujientes de coco. Ya no saben igual, o a mí me lo parece, como la “Pantera Rosa” o el “Tigretón”, no son lo que eran. Reducción de costes.
En estos momentos las galletas, mientras M evite los postres, se están convirtiendo en la mejor opción para la realización de un postre. He buscado y buscado pero no he encontrado moldes para tartas con un diámetro inferior a 21 cm, y menos si lo quiero desmoldable. Buscaré en Internet a ver que encuentro y, de paso, compraré algún aro para mousses, glucosa líquida, azúcar invertido u otros productos difíciles de encontrar en tiendas convencionales.
Estas galletas
Pueden hacerse tanto con chocolate rallado o con perlas/trozos de chocolate. Son tirando a blanditas, supongo que por llevar huevo. Si se desean crujientes, sólo hay que hornearlas un poco más tiempo. Probad y escoged.
Insisto en una recomendación personal: si os gustan las galletas de chocolate probad éstas y también las Galletas Korova.
Opcion B:
Ingredientes
Entre corchetes la cantidad entre 2 (para no hacer cuentas)
(2) En tartera o bol echamos la mantequilla y la batimos con los azúcares, hasta que quede cremoso y espumoso, de un color amarillo pálido. Añadimos el huevo entero y la esencia de vainilla.
(3) Tamizamos la harina, le echamos la levadura y la sal. Echamos sobre la manequilla en pequeñas cantidades, espolvoreando y trabajándolo poco a poco, evitando que se formen grumos. Añadimos el chocolate negro rallado/perlas de chocolate, las nueces troceadas y/o el chocolate blanco. Seguimos amasando hasta formar una pasta, no amasemos demasiado.
(4) Formamos un cilindro de unos cuatro centímetros, bien redondeado. Lo cubrimos con film transparente y lo llevamos al frigorífico. Lo dejamos enfriar un mínimo de una hora.
(5) Precalentamos el horno a unos 170º C. Retiramos la masa de la nevera y con ayuda de un cuchillo afilado formamos las galletas de unos 2 centímetros de grosor. Ponemos sobre una bandeja cubierta con papel de hornear.
(6) Horneamos durante unos 8-12 minutos. Retiramos, dejamos enfriar y guardamos en un recipiente hermético hasta consumir.
“¡Galletas!”
Tiene un mal día. Para su perdición, le han clavado un puñal en la “caja de recuerdos amargos”, su Caja de Pandora particular. Y lo que más le ha dolido ha sido el verdugo.
Oñipe no siempre ha sido así. Se diría que de pequeño era un niño olvidado de la mano de Dios. Ni él está seguro de que el mismo Dios supiese de su existencia, así lo ha pensado y así me la hecho saber.
Oñipe fue el pequeño de la familia durante poco tiempo, pero como si no lo fuese. El olvidado. Ya existía una niña y un niño, años después vendría otro varón para alegrar la vida. Por aquellos tiempos Oñipe se sentía solo e incomprendido, porque se ignoraba su existencia. Tampoco le preocupada (demasiado) era demasiado tímido como para poder relacionarse. Una existencia que en muchos, la mayoría, equivalía a una indiferencia casi absoluta. El distinto: por fuera y por dentro, el moreno, el rebelde. Sigue sin saber por qué le tocó a él el boleto.
Con el tiempo, los hay que lo reconocieron (algo) por la calle cuando, después de haber pasado tres años de su infancia fuera, descubrieron que el niño había crecido. Otros lo reconocieron (algo) cuando en el instituto oían a sus hijos hablar de sus capacidades para las matemáticas y la lógica. Algunos más cuando descubrieron que había acabado la carrera de cinco años en cuatro. A él poco le importaba, pero no tardó mucho en descubrir que no era a la única persona a quién no le importaba. Se sentó en la mesa, dijo: “he acabado”, se levantó, tomó una fruta y se fue a jugar al baloncesto un rato.
Después, los que se habían olvidado de él desde la infancia (habían pasado algunos años sin vivir de forma continuada en su pueblo) lo descubrieron (algo) disfrazado de traje y corbata en su segundo trabajo, reconocieron tras esa fachada a aquel niño. Más tarde alguno más lo reconoció cuando, con más de 20 años, tuvo una novia. Alguno más cuando años después se casó con ella.
Y pasó el tiempo, e hizo más cosas, y creo que las sigue haciendo, pero cuando hay gente que mira su cara y reconoce (algo) al niño, hay alguien que lo ignora. Como si un rencor, cuyo origen Oñipe desconoce, se hubiese apoderado de una persona querida. Pero Oñipe no es rencoso, no lo entiende y, por más que busca, tampoco ha descubierto el origen de ese rencor.
Descubrió ante sí como esa persona alardeaba de haberle pegado de pequeño, probablemente por una chiquillada con su hermano mayor (el hijo pródigo), y le dolió mucho, tanto que se tragó las lágrimas. Su sabor era salado y amargo, como la hiel. Hoy su plato estará vacío por que no tiene hambre, ese amargor le durará unos días…, de momento.
El monstruo de las galletas
Tiene gracia, nunca he visto a Triqui comer galletas. El muñeco se las llevaba a la boca, las destrozaba y desmenuzaba. De comerlas nada de nada. Como Epi y Blas, cuando comen me recuerdan a los bebés, sólo encías.
Mis galletas
En casa de mis padres no se comían demasiadas galletas. Las de desayuno y poco más: Tostada de Cüetara y, raras veces, Chiquilín. Ahora no tengo dudas, si compramos galletas son Artiach: Oreo, Digestive,… y la mayor parte de las veces para emplear como base para tartas. En Navidades, en casa de mis padres, no faltan las Artinata o unas de crujientes de coco. Ya no saben igual, o a mí me lo parece, como la “Pantera Rosa” o el “Tigretón”, no son lo que eran. Reducción de costes.
En estos momentos las galletas, mientras M evite los postres, se están convirtiendo en la mejor opción para la realización de un postre. He buscado y buscado pero no he encontrado moldes para tartas con un diámetro inferior a 21 cm, y menos si lo quiero desmoldable. Buscaré en Internet a ver que encuentro y, de paso, compraré algún aro para mousses, glucosa líquida, azúcar invertido u otros productos difíciles de encontrar en tiendas convencionales.
Estas galletas
Pueden hacerse tanto con chocolate rallado o con perlas/trozos de chocolate. Son tirando a blanditas, supongo que por llevar huevo. Si se desean crujientes, sólo hay que hornearlas un poco más tiempo. Probad y escoged.
Insisto en una recomendación personal: si os gustan las galletas de chocolate probad éstas y también las Galletas Korova.
Opcion B:
Ingredientes
Entre corchetes la cantidad entre 2 (para no hacer cuentas)
- 110 gr. de mantequilla a temperatura ambiente [55 gr.]
- 110 gr. de azúcar moreno [55 gr.]
- 100 gr. de azúcar en polvo [50 gr.]
- 1 huevo [30 gr.]
- 1 cucharilla de esencia de vainilla [½ cucharilla]
- 225 gr. de harina de repostería [113 gr.]
- ½ cucharilla de levadura en polvo [1/4 cucharilla]
- Una pizca de sal
- 50 gr. de nueces picadas [25 gr.]
- 175 gr. de chocolate negro rallado [88 gr.]
- 50 gr. de perlas de chocolate blanco.
- 175 gr. pepitas de chocolate negro [88 gr.]
(2) En tartera o bol echamos la mantequilla y la batimos con los azúcares, hasta que quede cremoso y espumoso, de un color amarillo pálido. Añadimos el huevo entero y la esencia de vainilla.
(3) Tamizamos la harina, le echamos la levadura y la sal. Echamos sobre la manequilla en pequeñas cantidades, espolvoreando y trabajándolo poco a poco, evitando que se formen grumos. Añadimos el chocolate negro rallado/perlas de chocolate, las nueces troceadas y/o el chocolate blanco. Seguimos amasando hasta formar una pasta, no amasemos demasiado.
(4) Formamos un cilindro de unos cuatro centímetros, bien redondeado. Lo cubrimos con film transparente y lo llevamos al frigorífico. Lo dejamos enfriar un mínimo de una hora.
(5) Precalentamos el horno a unos 170º C. Retiramos la masa de la nevera y con ayuda de un cuchillo afilado formamos las galletas de unos 2 centímetros de grosor. Ponemos sobre una bandeja cubierta con papel de hornear.
(6) Horneamos durante unos 8-12 minutos. Retiramos, dejamos enfriar y guardamos en un recipiente hermético hasta consumir.
“¡Galletas!”
Entre el mal tiempo que hace y la historia que cuentas se me ha quedado un regusto triste, me harían falta unas galletas de esas para animarme, pero creo que tendré que conformarme con un cola-cao...
ResponderEliminar... Yo me he tomado... una tila.
ResponderEliminarBesos