Y han vuelto las (oscuras) golondrinas
He levantado la cabeza y allí estaban, como en mi infancia. Ya no recordaba su sonido ni su revolotear. Incluso mi memoria me había hecho creer que era un ave primaveral. Tal vez el cambio climático, tal vez mi memoria.
Antes de correr. En la calle, levantando la cabeza hacia la ventana, con la persiana todavía baja. M todavía no se había levantado. Justo debajo del alero, allí estaban, intentando buscar el mejor sitio para anidar.
En realidad dudo que hubiesen sido golondrinas, por pequeñas, tal vez aviones. Los de mi infancia también lo eran. En casa de Quique, en los balcones. Allí estaban todos los años, construyendo esos nidos de paja y arcilla que abandonaban antes de que llegase el frío.
Un día año no aparecieron, dejando los nidos vacíos. No podría precisar cuándo, sólo que ya no estaban allí. Los nidos acabaron por deshacerse o ser limpiados. El tiempo también los había limpiado de mi memoria. Hasta hoy, que los he vuelto a ver, espero que sea para quedarse…
“Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro”
Así ha sido. Así empieza el libro, recogido al azar de entre los que algún día había seleccionado y tenía sobre la mesa del estudio. Y lo he empezado, ese inicio no podría dejarlo pasar.
Los milagros en esta isla no han sido curaciones espléndidas, ni multiplicaciones de panes. Los milagros han sido pequeños descubrimientos, como este atardecer en la playa o, por una vez, un silencio complaciente y nada cortante. Sin excusas.
Ella ha dicho: “parece un paraíso”. No he dicho nada, no era necesario. Un paraíso interior, diría yo, aunque sólo sea por un momento.
Tengo un poso en la conciencia, culpabilidades desconocidas (hasta por mí) y que, sin haberlo predicho o esperado, me han trastornado. Espero aclararlas. Mi vida ya está lo bastante confundida como para echar más leña el fuego.
Siguen siendo las galletas
Mientras no pare mucho por “casa” seguirán siendo una de mis primeras elecciones. Cosas pequeñas con grandes sabores y aromas. Sustancias que me permitirán probar sin esfuerzo ni pena por haber perdido un tiempo deseable. No ha sido así, éstas han sido una muy buena elección, como lo habían sido las magdalenas (muffins) de días atrás.
Nunca he utilizado mucho el jengibre, sólo alguna receta de origen desconocido. El resultado placentero ha despertado en mí un interés por este ¿tubérculo? que no parará por una temporada. He usado jengibre molido, que se presenta en los supermercados en botes junto con otras especias. El clavo lo he molido yo mismo, con un molinillo de café. No he tenido tiempo para buscar una solución ya preelaborada.
Ingredientes
Nota: a modo de prueba éstas, que pueden verse en las fotos, las he realizado con 170 gr. de harina. Quería que quedasen con más cuerpo y… ha valido la pena; han quedado muy ricas. Lo importante es el sabor, la harina le da más o menos consistencia. La próxima vez probaré con poca cantidad, ya os contaré el resultado. Jugando espero…
(*) La miel de caña puede comprase en muchos establecimientos. Yo la compro en Mercadona, una que tiene una Virgen en la etiqueta.
(1) Tamizad la harina, el jengibre, el bicarbonato sódico, la canela, la sal y el clavo. Reservamos.
(2) En un bol grande o tartera, batimos la margarina con el azúcar, hasta que quede esponjoso y ligero. Echamos el huevo, el agua y la melaza. Batimos.
(3) Poco a poco vamos incorporando la mezcla de harina, hasta que quede una pasta homogénea. Llegados a este punto, podemos dejarla reposar en el frigorífico o proceder a realizar directamente las galletas.
(4) Precalentamos el horno a unos 175º C. Formamos bolas del tamaño de una nuez, o algo menor, y las rebozamos en el azúcar. Ponemos sobre una bandeja con papel de hornear y las achatamos ligeramente.
Las galletas deben estar lo suficientemente separadas, unos 4 centímetros o más, para que no se peguen unas a otras durante el horneado.
(5) Horneamos entre unos 8 y 10 min. (o más), hasta que tengan un ligero tono. Retiramos la bandeja y las dejamos enfriar en ella durante unos 5 minutos, para que se endurezcan algo más antes de ponerlas a enfriar en una rejilla.
Guardamos en una caja de galletas.
Si tenéis dudas (yo no las tendría), podéis probarlas con menos clavo y jengibre. Yo las he hecho con esa cantidad y no he arrepentido. Incluso he guardado la masa que me ha sobrado y las he realizado en 3 días distintos y, obviamente, en tres tandas. Se han conservado perfectamente, tanto crudas como hechas, siempre que se guarden herméticamente.
Me han encantado. Ese sabor especial, diferenciador, es muy interesante y adictivo. No he podido parar, pese a que tienen un fuerte y característico aroma. Son crujientes por el borde y bandas por dentro.
He levantado la cabeza y allí estaban, como en mi infancia. Ya no recordaba su sonido ni su revolotear. Incluso mi memoria me había hecho creer que era un ave primaveral. Tal vez el cambio climático, tal vez mi memoria.
Antes de correr. En la calle, levantando la cabeza hacia la ventana, con la persiana todavía baja. M todavía no se había levantado. Justo debajo del alero, allí estaban, intentando buscar el mejor sitio para anidar.
En realidad dudo que hubiesen sido golondrinas, por pequeñas, tal vez aviones. Los de mi infancia también lo eran. En casa de Quique, en los balcones. Allí estaban todos los años, construyendo esos nidos de paja y arcilla que abandonaban antes de que llegase el frío.
Un día año no aparecieron, dejando los nidos vacíos. No podría precisar cuándo, sólo que ya no estaban allí. Los nidos acabaron por deshacerse o ser limpiados. El tiempo también los había limpiado de mi memoria. Hasta hoy, que los he vuelto a ver, espero que sea para quedarse…
“Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro”
Así ha sido. Así empieza el libro, recogido al azar de entre los que algún día había seleccionado y tenía sobre la mesa del estudio. Y lo he empezado, ese inicio no podría dejarlo pasar.
Los milagros en esta isla no han sido curaciones espléndidas, ni multiplicaciones de panes. Los milagros han sido pequeños descubrimientos, como este atardecer en la playa o, por una vez, un silencio complaciente y nada cortante. Sin excusas.
Ella ha dicho: “parece un paraíso”. No he dicho nada, no era necesario. Un paraíso interior, diría yo, aunque sólo sea por un momento.
Tengo un poso en la conciencia, culpabilidades desconocidas (hasta por mí) y que, sin haberlo predicho o esperado, me han trastornado. Espero aclararlas. Mi vida ya está lo bastante confundida como para echar más leña el fuego.
Siguen siendo las galletas
Mientras no pare mucho por “casa” seguirán siendo una de mis primeras elecciones. Cosas pequeñas con grandes sabores y aromas. Sustancias que me permitirán probar sin esfuerzo ni pena por haber perdido un tiempo deseable. No ha sido así, éstas han sido una muy buena elección, como lo habían sido las magdalenas (muffins) de días atrás.
Nunca he utilizado mucho el jengibre, sólo alguna receta de origen desconocido. El resultado placentero ha despertado en mí un interés por este ¿tubérculo? que no parará por una temporada. He usado jengibre molido, que se presenta en los supermercados en botes junto con otras especias. El clavo lo he molido yo mismo, con un molinillo de café. No he tenido tiempo para buscar una solución ya preelaborada.
Ingredientes
- 140-165 gr. de harina normal, dependiendo de si las queremos más o menos consistentes, más o menos finas.
- 1 cucharilla de jengibre en polvo
- ½ cucharilla de bicarbonato sódico
- ½ cucharilla o algo menos de canela en polvo
- ¼ de cucharilla de clavo en polvo. Sin pasarse.
- 1/8 de cucharilla, una pizca, de sal
- 83 gr. de margarina, reblandecida.
- 100 gr. de azúcar
- 25 gr. de huevo, aproximadamente ½ huevo
- 7 ml. de agua
- 30 ml/gr. de melaza, esto es, miel de caña (*).
- Unos 15 gr. o más de azúcar blanco en grano para rebozar las galletas.
Nota: a modo de prueba éstas, que pueden verse en las fotos, las he realizado con 170 gr. de harina. Quería que quedasen con más cuerpo y… ha valido la pena; han quedado muy ricas. Lo importante es el sabor, la harina le da más o menos consistencia. La próxima vez probaré con poca cantidad, ya os contaré el resultado. Jugando espero…
(*) La miel de caña puede comprase en muchos establecimientos. Yo la compro en Mercadona, una que tiene una Virgen en la etiqueta.
(1) Tamizad la harina, el jengibre, el bicarbonato sódico, la canela, la sal y el clavo. Reservamos.
(2) En un bol grande o tartera, batimos la margarina con el azúcar, hasta que quede esponjoso y ligero. Echamos el huevo, el agua y la melaza. Batimos.
(3) Poco a poco vamos incorporando la mezcla de harina, hasta que quede una pasta homogénea. Llegados a este punto, podemos dejarla reposar en el frigorífico o proceder a realizar directamente las galletas.
(4) Precalentamos el horno a unos 175º C. Formamos bolas del tamaño de una nuez, o algo menor, y las rebozamos en el azúcar. Ponemos sobre una bandeja con papel de hornear y las achatamos ligeramente.
Las galletas deben estar lo suficientemente separadas, unos 4 centímetros o más, para que no se peguen unas a otras durante el horneado.
(5) Horneamos entre unos 8 y 10 min. (o más), hasta que tengan un ligero tono. Retiramos la bandeja y las dejamos enfriar en ella durante unos 5 minutos, para que se endurezcan algo más antes de ponerlas a enfriar en una rejilla.
Guardamos en una caja de galletas.
Si tenéis dudas (yo no las tendría), podéis probarlas con menos clavo y jengibre. Yo las he hecho con esa cantidad y no he arrepentido. Incluso he guardado la masa que me ha sobrado y las he realizado en 3 días distintos y, obviamente, en tres tandas. Se han conservado perfectamente, tanto crudas como hechas, siempre que se guarden herméticamente.
Me han encantado. Ese sabor especial, diferenciador, es muy interesante y adictivo. No he podido parar, pese a que tienen un fuerte y característico aroma. Son crujientes por el borde y bandas por dentro.
¿Hola,Harry Haller: He llegado a tu blog por casualidad, pero me ha sorprendido muy gratamente todo lo que he visto y leido.
ResponderEliminarTu nombre me ha llamado la atención, porque resulta que mi hijo tambien lo emplea para su grupo (hace Rap)... pero eso es otra historia.
Volviendo a tu Nick, te cuento que leí a Hermann Hesse, en los años 70, era aún muy jovencilla.. y su lectura me impresionó y a la vez me dejó una sensación, que no se explicar muy bien: entre dulce y amarga... entre optimista y pesimista...
Aunque no adivino tu edad, no me gusta ese pseudonimo para gente joven, me sigue causando la misma sensación de hace tantos años. Quizás para corregirla debería leer otra vez "El Lobo Estepario".¿No crees..? Ciao.
Gracias,
ResponderEliminarNo soy demasiado mayor pero, si la buena (o mala) suerte acompaña, voy camino de ello.
Leí por primera vez a Hermann Hesse en mi adolescencia (finales de los 80, podría decirse), concretamente empecé con “Bajo las ruedas”. El libro me impresionó. En ese niño, aunque con considerables diferencias, me veía reflejado en parte. Después descubrí que todos los libros de Hermann Hesse tenían mucho de autobiográfico. Como si H. Hesse y yo fuésemos casi la misma persona.
Desde ese primer momento quise descubrir a ese escritor. Me he leído (casi) todas sus novelas e incluso artículo y, en vez de desilusionarme, descubrí que en esos personajes había mucho de mí. No sé en qué parte ni cómo.
Harry Haller o El lobo estepario, cuyas iniciales (no curiosamente) coinciden con las de Hermann Hesse, es un alter ego, un personaje en crisis que se siente vacío ante de soledad e incomprensión que este mundo ha propiciado a gente como él. El mundo, la sociedad, sólo se ha preocupado de llevar el rebaño, nada de inquietudes ni críticas, nada de ovejas descarriadas, nada de oposición. Estamos en un mundo que quiere ser homogéneo y dominado por las mayorías, muchas veces creadas a través de la opinión del “Gran Hermano”. Lo diferente es malo (para ellos).
El lobo estepario es un libro aparentemente pesimista (porque los es), lleno de confusión, sobre todo en la parte central cuando hay un giro en la historia. Su personaje se introduce, en parte, en mi mismo; en un estado de ánimo que no me deja del todo.
Pero todo solitario e incomprendido tiene su Hermine, que le permite descubrir otra forma de vida…
Tienes toda la razón. Resulta pesimista pero… no puedo evitarlo. Tal vez tu hijo también sea “diferente” y, además, especial.
Gracias y saludos.
Bueno....la primera receta que experimento de tu super blog....y he de decirte que tras el resultado te puedo asegurar que no la ultima...
ResponderEliminarGracias por dedicarnos tu tiempo, a apasionadas al dulce como yo me haces los dias algo mas llevaderos solo con ver tus fotos!
Las galletas....impresionantes, mi costillo quiere que las repita y aun no se han acabado( me han salido 20 grandecitas)....
Un saludo,
Pepinho que las he probado y están ricas, me encantan!!!.
ResponderEliminarGracias
A mí también. Son unas galletas de las que diría que o te gustan o las odias, aunque no haya encontrado (todavía) a nadie que no le gusten.
ResponderEliminarGracias.